Ideas y creencias; nombres y cosas.
Decía Ortega y Gasset que "las ideas se tienen", pero que "en las creencias se está". Tal vez sea esta una clave interesante para entender de lo que hablamos.
Escribía García Márquez que, al principio, cuando las cosas carecían de nombre por ser todo tan reciente, era necesario señalarlas con el dedo para mencionarlas. En otras ocasiones, hubo personajes destacados que quisieron borrar intencionadamente el recuerdo de determinadas designaciones o topónimos. Quien no sabe de aquel "de cuyo nombre no quiero acordarme". Para todo hay.
Me vienen ahora a la memoria aquellos meses que estuve viviendo en Lima (Perú) como becaria de la Agencia Española de Cooperación Internacional. Etimológicamente, Lima parece tomar su nombre del río junto al que se asienta; el río Rímac. Una palabra que en quechua viene a significar "el río que habla" en alusión al ruido que sus piedras producían al rodar en las grandes riadas. Pero dejó de tener ruido y buena parte de su caudal -yo lo he visto totalmente seco- con ciertas obras recientes que lo encauzaban debidamente. El río que habla por el ruido de las piedras dejó así de tener ruido. Casi dejó de ser río. Sin embargo, a nadie se le ocurrió entonces buscar un nuevo nombre para él. Ni para el barrio aledaño, por cierto, otrora llamado la Nueva Triana. Si conocen Sevilla, adivinen por qué. El caso es que no se necesitó.
Escribía García Márquez que, al principio, cuando las cosas carecían de nombre por ser todo tan reciente, era necesario señalarlas con el dedo para mencionarlas. En otras ocasiones, hubo personajes destacados que quisieron borrar intencionadamente el recuerdo de determinadas designaciones o topónimos. Quien no sabe de aquel "de cuyo nombre no quiero acordarme". Para todo hay.
Me vienen ahora a la memoria aquellos meses que estuve viviendo en Lima (Perú) como becaria de la Agencia Española de Cooperación Internacional. Etimológicamente, Lima parece tomar su nombre del río junto al que se asienta; el río Rímac. Una palabra que en quechua viene a significar "el río que habla" en alusión al ruido que sus piedras producían al rodar en las grandes riadas. Pero dejó de tener ruido y buena parte de su caudal -yo lo he visto totalmente seco- con ciertas obras recientes que lo encauzaban debidamente. El río que habla por el ruido de las piedras dejó así de tener ruido. Casi dejó de ser río. Sin embargo, a nadie se le ocurrió entonces buscar un nuevo nombre para él. Ni para el barrio aledaño, por cierto, otrora llamado la Nueva Triana. Si conocen Sevilla, adivinen por qué. El caso es que no se necesitó.
Algo parecido sucedió con el nombre de la ciudad: Lima. Cuando los españoles asentaron su fundación en 1535 de la mano de Pizarro, la ciudad -tres veces coronada-, pasó a llamarse oficialmente la Ciudad de Los Reyes. Hay quien dice que por los de Castilla; otros señalan a los Magos, porque quedó diseñada en los primeros días del mes de enero. Pero... ¡ay de los que llaman a las cosas por nombres que no les corresponden! La Ciudad de Los Reyes sólo guardó la designación oficial para las escrituras legales y actos singulares, pues como unos años después escribía el cronista Cieza, "no hay nadie que diga a Los Reyes voy o de Los Reyes vengo", y quedó el de Lima para el trato coloquial. Y ya saben, Lima por influencia del vocablo Rímac, el río que habla que ahora ya casi no es río y hace mucho que no murmura nada.
Creo que la experiencia enseña que pueden crearse palabras geniales que dicen y señalan exactamente lo que es necesario nombrar, y por ello, se expanden con éxito. Pero que, en general, es el usuario, el implicado, la gente en general -si me lo permiten-, la que termina de manera espontánea y raramente impuesta adoptando naturalmente designaciones para cosas nuevas u otras de antaño con letras que ahora no convencen.
Ortega decía que para identificar un asunto, un problema, había primero que ponerle nombre. Y en periodismo y nuevas tecnologías, sustentos sobre los que se asientan las reflexiones de esta bitácora, los nombres están. Hablamos de periodismo participativo, periodismo cívico o ciudadano, periodismo comunitario, periodismo de anotación, periodismo de código abierto, periodismo distribuido y otros muchos. Que el nuevo formato, los nuevos modos redaccionales, las nuevas tecnologías, las recientes nuevas rutinas que se solapan, excluyen o integran -según el caso- a las viejas, requieren de un nuevo nombre para señalar "esto" es posible. ¿Habría que distinguir al ciberperiodista del periodista?, ¿al cibermedio del medio a secas?, ¿al diario contínuo del diario? Puede que sí, y seguramente será ventajoso para evitar futuras ambigüedades.
Creo que la experiencia enseña que pueden crearse palabras geniales que dicen y señalan exactamente lo que es necesario nombrar, y por ello, se expanden con éxito. Pero que, en general, es el usuario, el implicado, la gente en general -si me lo permiten-, la que termina de manera espontánea y raramente impuesta adoptando naturalmente designaciones para cosas nuevas u otras de antaño con letras que ahora no convencen.
Ortega decía que para identificar un asunto, un problema, había primero que ponerle nombre. Y en periodismo y nuevas tecnologías, sustentos sobre los que se asientan las reflexiones de esta bitácora, los nombres están. Hablamos de periodismo participativo, periodismo cívico o ciudadano, periodismo comunitario, periodismo de anotación, periodismo de código abierto, periodismo distribuido y otros muchos. Que el nuevo formato, los nuevos modos redaccionales, las nuevas tecnologías, las recientes nuevas rutinas que se solapan, excluyen o integran -según el caso- a las viejas, requieren de un nuevo nombre para señalar "esto" es posible. ¿Habría que distinguir al ciberperiodista del periodista?, ¿al cibermedio del medio a secas?, ¿al diario contínuo del diario? Puede que sí, y seguramente será ventajoso para evitar futuras ambigüedades.
Pero ahora, el asunto es otro. Claro que estamos ante una nueva realidad comunicacional e informativa. A estas alturas, pocos son los que no lo saben. Pero el río se sigue llamando Rímac aunque ya no lleve piedras que canten al rodar y fluyan por él informaciones desde muy diversos formatos y fórmulas.
Después de siglos de invenciones, el mundo sigue siendo -como describiera García Márquez - "reciente". Pero no encuentro problema para llamar a este modo de hacer o recibir periodismo como ciberperiodismo. A fin de cuentas...
Después de siglos de invenciones, el mundo sigue siendo -como describiera García Márquez - "reciente". Pero no encuentro problema para llamar a este modo de hacer o recibir periodismo como ciberperiodismo. A fin de cuentas...
¿quien no se ha dado cuenta que el dedo que ahora señala lo que no tiene nombre -sea río, sea medio- es ya virtual?
0 Comments:
Post a Comment
<< Home